Por: Juan Rizzo y Julio Medina-Castillo, investigadores del Centro de Investigaciones Económicas de la Espol.
El Premio Nobel de Ciencias Económicas de 2025 fue concedido a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt por sus aportes al estudio del crecimiento económico impulsado por la innovación. La Real Academia Sueca de Ciencias reconoció en ellos la capacidad de explicar, desde distintas perspectivas, la dinámica del crecimiento económico moderno, caracterizado por su continuidad y por el papel central del cambio tecnológico. La mitad del premio fue otorgada a Joel Mokyr, profesor de la Northwestern University, por su trabajo sobre las condiciones históricas y culturales que posibilitaron el progreso tecnológico sostenido. La otra mitad fue compartida por Philippe Aghion, del Collège de France, y por Peter Howitt, de la Brown University, por su desarrollo de la teoría del crecimiento endógeno basado en la destrucción creativa. En conjunto, sus contribuciones explican cómo el conocimiento, las instituciones y la competencia generan innovación continua y crecimiento de largo plazo.
Durante la mayor parte de la historia humana, el crecimiento económico era nulo. Los avances técnicos producían mejoras transitorias, pero no sostenidas. Solo en los últimos dos siglos se observa un crecimiento persistente, asociado a la aplicación sistemática del conocimiento científico a la producción de bienes. Este proceso, al que Mokyr denomina “crecimiento moderno”, depende de la interacción entre ciencia y tecnología: la primera formula principios generales y la segunda los traduce en procedimientos aplicables. Mokyr sostiene que el crecimiento sostenido surgió cuando estos dos tipos de conocimiento comenzaron a retroalimentarse. La ciencia proporcionó fundamentos teóricos que guiaron la innovación técnica, mientras que la práctica productiva generó nuevos problemas que impulsaron la investigación científica. Este intercambio creó un acervo de conocimiento útil que alimentó un ciclo continuo de invención y mejora. No obstante, el surgimiento de este proceso requirió condiciones sociales específicas. En primer lugar, la Revolución Científica y el período de la Ilustración, consolidaron una comunidad de investigadores con métodos verificables y un lenguaje común para compartir y validar hallazgos. En segundo lugar, a partir de 1870, el desarrollo de una clase media instruida, con habilidades técnicas y acceso al capital, permitió traducir la ciencia en innovación práctica. Finalmente, se necesitó una sociedad abierta, con tolerancia hacia el cambio y estructuras que protegieran la libertad de investigar y emprender. Para Mokyr, estas características conforman una cultura del crecimiento: un entorno que valora la experimentación, la acumulación de conocimiento y la competencia abierta.
Mokyr advierte que la innovación genera tanto beneficios como costos, pues produce ganadores y perdedores. Cuando los grupos afectados, aquellos que no innovan, logran bloquear las transformaciones tecnológicas, el crecimiento se detiene. La sostenibilidad del progreso depende, por tanto, de la capacidad institucional para evitar presión de grupos empresariales y mantener incentivos a la experimentación. En este sentido, la libertad científica y económica no son consecuencias del crecimiento, sino de condiciones que lo posibilitan.
Mientras Mokyr analiza los orígenes históricos del crecimiento moderno, Aghion y Howitt elaboran su estructura teórica. En su modelo de 1992, formalizaron la idea Schumpeteriana de destrucción creativa: el crecimiento no resulta de la mera acumulación de capital o conocimiento, sino de un proceso de reemplazo constante de tecnologías obsoletas por otras, más productivas. Cada innovación desplaza parte del aparato productivo existente, pero el valor agregado generado por las nuevas actividades compensa y supera las pérdidas iniciales.
En el modelo Aghion–Howitt, las empresas invierten en investigación y desarrollo con la expectativa de obtener rentas temporales derivadas de la innovación. La competencia por innovar impulsa la productividad de la economía en su conjunto, pero también genera inequidad en la distribución de la riqueza. La estabilidad del proceso depende de un equilibrio entre incentivos y regulación. Si las empresas incumbentes bloquean la entrada de nuevos competidores o protegen tecnologías ineficientes mediante poder político, la dinámica innovadora se interrumpe. Los autores enfatizan que la destrucción creativa, que significa que para que algo nuevo se cree, algo ha de ser destruido previamente, requiere instituciones que garanticen competencia efectiva y protección de la propiedad intelectual, al tiempo que promuevan la movilidad y la reasignación de recursos. Asimismo, subrayan la necesidad de políticas que mitiguen los costos sociales del cambio tecnológico, como programas de capacitación y redes de seguridad que faciliten la adaptación laboral. De este modo, la innovación puede sostenerse sin generar reacciones adversas que conduzcan al estancamiento.
El mensaje conjunto de Mokyr, Aghion y Howitt es que el crecimiento económico depende de cuatro elementos: una ciencia capaz de producir conocimiento, una tecnología capaz de aplicarlo, un marco institucional que preserve la competencia y una cultura social que valore la innovación. Cuando alguno de estos componentes se debilita, el proceso pierde dinamismo y puede revertirse hacia el estancamiento. Como señaló John Hassler, presidente del Comité del Nobel, el trabajo de los galardonados demuestra que el progreso material depende de preservar los mecanismos que sostienen la innovación. El reconocimiento de 2025 resume así una lección central: el crecimiento económico sostenido es una construcción histórica e institucional, no solo un resultado espontáneo del mercado. Mantenerlo exige proteger la libertad de investigar, la competencia abierta y las condiciones sociales que permiten transformar conocimiento en productividad.